Culpa

«No tengo ganas de ir al evento familiar, pero si no voy siento culpa.”
 
Cuántas veces hemos experimentado este tipo de encrucijada, o hemos escuchado este estilo de problemáticas asociadas a esta emoción tan controversial: la culpa. Es evidente que puede generar mucha tensión, carga y estrés. Hans Selye, reconocido fisiólogo y médico austrohúngaro que investigó sobre el estrés conceptualizó al mismo como “sufrimiento”. Entendido de este modo, la culpa puede convertirse fácilmente en una gran fuente de estrés, ser vivida como un peso que aumenta la carga de nuestra mochila , afectando nuestra calidad de vida.
Para empezar es importante recordar que la culpa es una emoción y todas ellas aparecen sabiamente en nuestro organismo para cumplir una función adaptativa, es decir, nos brindan información acerca de nosotros mismos por y para algo.
La culpa es una emoción social, muy característica del ser humano, que surge como resultado de un código de normas morales construidas y consensuadas a nivel cultural, social y familiar. Por lo tanto su función está relacionada al sentido de pertenencia, a sentirnos parte de un adecuado funcionamiento común.
La culpa entonces es esa sensación que nos impide transgredir un código, o una vez transgredido, nos permite tomar responsabilidad y reparar, en pos de la armonía de la convivencia. La culpa bien entendida y aplicada nos permite autoregularnos como sociedad. Es normal sentir culpa cada tanto, siempre y cuando nos impulse a aprender de nuestros errores. Sin embargo, cuando ésta es excesiva o demasiado intensa puede resultar paralizante y poco adaptativa.
 
El primer paso para revisar esta problemática sería revisar nuestro código interno al que respondemos cuando sentimos culpa, porque tal vez estemos manejándonos en función de normas internas demasiado rígidas y exigentes, difíciles de sostener y convivir. Ej: “Tengo que ir a todos los eventos familiares sin falta”, “Tengo que responder cada vez que llama mi mamá” , “Tengo que casarme antes de los 30”,“ Tengo que ser bueno y decir siempre que si” etc. Si no cumplimos con estas leyes podemos sentir culpa, por lo que muchas veces hacemos, decimos o sostenemos cosas para agradar y pertenecer o para evitar confrontaciones (recordemos la importancia de la pertenencia), que internamente no coinciden con nuestro deseo genuino o con lo que realmente sentimos. De esta forma generamos una acumulación de tensión, frustración y enojo. Por lo tanto revisar nuestras leyes internas nos permite salir del piloto automático y conocernos. Cuando sentimos culpa sería pertinente preguntarnos: ¿Qué norma estoy quebrando para sentirme así? ¿Estoy realmente de acuerdo con esta “ley”? ¿Estoy siendo muy severo conmigo mismo?
Es muy común que las personas demasiado culposas se sientan víctimas de una realidad percibida como limitante y rígida, sin darse cuenta de su propia exigencia a la que se someten. A veces es más fácil ver y depositar el problema en el afuera que revisar adentro nuestro. Reflexionar sobre nuestro código moral, nuestros valores y normas internas puede permitirnos identificar si respondemos a un “dictador interno” para poder flexibilizarlo y vivir un poco más relajados. No se trata de revelarnos, ni de convertir esta posibilidad en una anarquía, sino de simplemente darnos lugar a flexibilizar y actualizar nuestras normas internas, para no padecer de las mismas. Este primer paso implica inevitablemente hacer una revisión sobre nuestros mandatos familiares, nuestra crianza y educación.
 
En la misma línea, una forma muy amigable para el tratamiento de la culpa es reemplazar el “tengo que” por “elijo” o “me gustaría”. En lugar de “Tengo que ir al cumpleaños de mi prima” aplicar el “elijo ir al cumpleaños de mi prima”. Luego esto puede fácilmente convertirse en una pregunta, “¿Elijo ir al cumpleaños de mi prima?”. De esta forma no hay imposición, sino la responsabilidad de una ley interna revisada y elegida. ¿Qué necesito o qué deseo hacer realmente? Cuando elegimos libremente en lugar de someternos a imposiciones automáticas, la culpa desaparece y da lugar a la responsabilidad. Esto implica evaluar a conciencia cuáles son los costos y beneficios de nuestras decisiones. Es necesario considerar que tal vez cierta culpa debamos y elijamos tolerar en pos de nuestro desarrollo Ej:“Me da culpa dejar a mamá sola, pero elijo independizarme”, “me da culpa estudiar esta carrera porque a papá no le gusta, pero la elijo porque a mí me apasiona”.
Es importante además recordar hacer juicios adaptativos teniendo en cuenta el contexto. No es lo mismo decirle que no a mi jefe un lunes y sentir culpa, que decirle que no un feriado y sentirme mal. Es sano revisar qué pasa con la culpa según cada situación, para saber cuando sentimos coherente la necesidad de reparar (pedir perdón) y cuando estamos siendo demasiado rígidos con nosotros mismos.
Por último, en la medida en que nos permitimos errar y reparar también es fundamental  saber tomar el aprendizaje y después soltar. Muchas veces las personas implicadas ya nos perdonaron, sin embargo nosotros seguimos apegados a la situación, rumiando y dando vueltas en nuestra cabeza sin poder aceptarlo del todo. Esto sólo genera carga. Soltar el pasado nos predispone a mirar lo que viene, nos deja espacio en nuestro disco rígido para ingresar nueva información.  Esto implica no sólo saber pedir perdón, sino también saber perdonarnos, para poder soltar y seguir.
Como conclusión, no es la emoción en sí la que genera sufrimiento, sino la falta o el exceso de la misma. El desafío está en generar un equilibrio interno entre nuestro sistema de valores y normas que nos permita interactuar socialmente y cierta flexibilidad que nos dé la posibilidad de cuestionarnos y relativizar, en pos de nuestra coherencia interna y aumentar así nuestra calidad de vida.